Por ser cristiana a la horca

Ha habido gente que prefiere morir antes que renegar de sus ideas. El caso más célebre de la antigüedad fue el de Sócrates, que prefirió beberse la cicuta antes que darle crédito a la existencia de los dioses griegos y aceptar que sus enseñanzas corrompían a la juventud. Desde ese momento, 400 años antes de Cristo, la lista de mártires no termina. El caso que tenemos en puerta es el de Asia Bibi, una mujer de Pakistán que ha sido condenada a la horca, dicen quienes la acusan, por blasfemar contra Mahoma.
El delito de esta mujer de ojos grandes es el de profesar una religión distinta a la oficial, en una nación donde la pluralidad religiosa no es ninguna aspiración, y donde la guerra santa se ha resuelto siempre con escenas de sangre y muerte.
En junio de 2009, Asia cumplía labores de obrera en Sheikhupura, cerca de Lahore, Pakistán. En una ocasión le pidieron que buscara agua potable para sus compañeras. Algunas de las trabajadoras –todas musulmanas– se negaron a beber el agua por considerarla "impura" debido a que fue provista por una cristiana.
Un día más tarde Bibi fue atacada por una turba, denunció el caso a la policía y fue llevada a una comisaría por su seguridad, donde paradójicamente recibió un cargo de blasfemia en su contra acusada de haber insultado a Mahoma. Desde su encierro dijo a los investigadores que es perseguida por ser cristiana y negó haber proferido los insultos.


Las musulmanas le exigieron que renegara de su fe. Bibi no lo hizo. Les dijo que “Jesús murió en la cruz por los pecados de la humanidad”, y les preguntó a sus increpadoras, qué había hecho Mahoma por ellas. Eso bastó para que le levantaran una denuncia ante la policía por el delito de blasfemia. La legislación de Pakistán condena a la pena de muerte la blasfemia contra Mahoma.
Un juez la condenó sin darle vueltas al asunto. La sentencia tiene que ser ratificada por el Tribunal Superior de la ciudad de Lahore. Hubo una oportunidad para el arrepentimiento. Su abogado guarda una grabación en la que relata que el magistrado que la condenó a muerte “entró en la celda y le ofreció convertirse al Islam para salir libre. Asia le respondió que prefería morir como cristiana que salir de la prisión siendo musulmana”.
En un mundo donde la democracia ha ganado terreno y el cristianismo no termina de perderlo, Asia Bibi se ha convertido en un símbolo. Las organizaciones de derechos humanos, feministas, y católicas han inundado los medios de comunicación de todo el mundo con propaganda para detener su muerte.
El país que la condena está aferrado a los extremismos. Pakistán es un estado nuevo, sin experiencia. Una nación muy joven. Tiene poco más de 60 años. Aparte del desorden político permanente, el país ha vivido en guerra con la India. Ambos países reclaman el territorio de Cachemira como propio. Los focos de alerta mundial se encendieron cuando las demás naciones se enteraron de que ambos países contaban con la bomba atómica.
A partir del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, Pakistán se convirtió en aliado de Estados Unidos contra el terrorismo, y la oposición al gobierno se recrudeció ferozmente. En determinados momentos, paradójicamente, el extremismo ha sido su única vía de expresión.
En Pakistán lo que llamamos convivencia política pende de un hilo muy delgado: las relaciones con la India han sido siempre crispadas y peligrosas, el asedio de los Talibanes que amenazan desde Afganistán desvanece las fronteras, la corrupción de los gobiernos erosiona la fuerza del Estado y los cristianos no encuentran la forma de salirse del país.
No es el caso de Asia Bibi. Esta mujer ha decidido luchar hasta el final. O, mejor dicho, ha decidido morir.
Nadie sabe con certeza su futuro. En el mejor escenario, las movilizaciones internacionales en su favor ablandarán las pocisiones del gobierno.
En el peor de los casos, si el fundamentalismo musulmán decide imponer sus leyes pese a todo, los verdugos le apretarán la garganta.
De cualquier forma, Asia Bibi se convertirá en un símbolo.
La Ley de Blasfemia agrupa varias normas contenidas en el Código Penal de Pakistán para sancionar cualquier ofensa de palabra u obra contra Alá, Mahoma o el Corán, que sea denunciada por un musulmán sin necesidad de testigos o pruebas adicionales. Su aplicación puede suponer el juicio inmediato y la posterior condena a prisión de cualquier persona.

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